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EL JARDÍN DEL TAROT
Por  astr. Rosa Pezzuti -  La Palma, Islas Canarias
En un paraje anónimo, sobre la colina de Garavicchio, cerca de  Capalbio, en Maremma, Grosseto, en la preciosa región italiana de la Toscana, el sueño mágico de una arquitecta cobró realidad al plasmar un jardín que evoca los 22 arcanos mayores del Tarot, es el Giardino dei Tarocchi. 



Para la  arquitecta franco-estadounidense Niki de Saint Phalle, su aventura o su inspiración tuvo  origen en la visita que realizó al Parque Güell de Antoni Gaudí en Barcelona y, más tarde, reforzada con la visita a los famosos y extravagantes jardines de Bomarzo en Viterbo, cerca de Roma. Para esta arquitecta, el Jardín del Tarot, representó la última etapa de un recorrido artístico que comenzó a mediados de los años sesenta.

La construcción del Jardín del Tarot empieza en el año 1979 sobre un terreno de media hectárea revestida de vegetación típicamente mediterránea y que fue puesto a disposición de Nicola y Carlo Caracciolo, buenos amigos de la artista, gracias a la mediación de Marella Corderos Caracciolo.

La obra representa una “ciudad” real en donde las casas-esculturas señalan las etapas del recorrido y cada una tiene una altura de entre 12 y 15 metros
La entrada al jardín está, literalmente, acordonada por la larga muralla del pabellón de entrada, construido por Mario Botta y constituida por un doble muro y una única gran abertura circular en el centro y cerrada por un vallado. El propio Botta declaró que el dibujo de la entrada trataba de interpretar el sentimiento de separación entre el jardín y el mundo externo que Niki de Saint Phalle quería. Para Niki, el muro era entendido como el umbral que se debía pasar para entrar a una “pausa mágica” claramente escindida de la realidad cotidiana.



El recorrido nos invita a despojarnos de lo que entendemos cómo “real” para adentrarnos en otras realidades que, aunque no las veamos o no tengan explicación para nosotros, no deben ser ignoradas con ligereza.

Una vez que hayamos dejado atrás lo cotidiano, pasado el umbral, nos reciben en unión La Papisa y el Mago que nos marcan el recorrido inicial del viaje.
Enseguida nos abarca una extraña inquietud y hechizo, de fascinación, de juego. También las calles juegan en esta gran obra un papel fundamental. En efecto, sobre el cemento que las reviste, la autora introdujo notas de pensamiento, memorias, números, citas, dibujos, mensajes de esperanza, de fe. Recordándonos, una vez más, que el recorrido no es sólo físico sino, sobre todo, espiritual.

Durante más de diecisiete años, esta mística arquitecta, fallecida en 2002, no sólo construyó un hermoso jardín donde los sentidos puedan recrearse, sino que plasmó un sueño onírico hecho de arquetipos universales cómo lo son los veintidós arcanos de las barajas del Tarot. Cada arcano representa la visión personal de la propia autora, pero sin olvidar su significado simbólico y esotérico.


La propia distribución del jardín es bastante sugestiva, como si cada imagen estuviera hablando de la vida de la artista. Por ejemplo, La Papisa, es la obra más significativa del jardín ya que está reconfigurada como una gran esfinge, ya que era la casa de la autora mientras estuvo realizando la magna obra.


Niki de Saint Phalle dedicó un enorme trabajo de instalación para la construcción de las veintidós imponentes figuras, hechas de acero y cemento revestido de vidrios, espejos y cerámicas pintadas, evocando a Gaudí.
Este inmenso trabajo, que duda cabe, estuvo en todo momento sostenido por la inestimable colaboración de infinidad de prestigiosos colaboradores.



Terminado finalmente en el verano de 1996, la realización del Jardín del Tarot, supuso un gasto total de cerca 10 mil millones de liras de la época, completamente auto financiado por la autora.
En el 1997, la propia autora, para preservar y mantener su labor, creó la Fundación del Jardín del Tarot. La constitución de la Fundación se realizó con Marie France D. Pestel-Debord y Stefano Mancini.

El 15 de mayo 1998 el Jardín del Tarot fue, finalmente, abierto al público para poder ser admirado en toda su mística extensión.




No puedo terminar sin añadir que el Jardín del Tarot es una invitación única para tomarnos un tiempo para la introspección; meditar no sólo es quedarse sentado de forma rígida en una sala casi a oscuras, la meditación puede llegar, simplemente, con la contemplación y porqué no a través del arte y más aún si el arte nos transporta a un mundo onírico. 

marzo de 2013
Rev. Dig. UNIVERSO Nueva Era

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