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La decepción, cuando las
intenciones se disfrazan

Por Teresa Alcázar* España
teresa@masajemetamorfico.com
No estoy segura si nos damos realmente cuenta de cómo nos duele cada vez que nos decepcionamos. Es como sentir un pinchazo, como si algo nos robara un pedazo de ilusión y en su lugar dejara tristeza.  Aunque quizá sí nos demos cuenta, quizá lo sepamos y lo escondemos. Y ya sea por la pérdida o ya sea por el hecho de esconder y aparentar, sufrimos.

Sufrimos cuando nos decepcionamos sin darnos cuenta que si ocurre es porque esperábamos algo, algo que no ha sucedido, algo que no ha ocurrido o simplemente algo que fue distinto a como queríamos y esperábamos. Y es este hecho el que nos provoca el dolor. En definitiva es un dolor provocado, creado por nosotros mismos y lo que esperábamos, que quizá se traduce en algo interno, en nuestra propia decepción.

Siempre me gusta decir que quizá el dolor es inevitable pero que  el sufrimiento es completamente opcional. Puedo querer algo, pero puedo elegir si quiero sufrir o no cuando la vida me trae algo diferente. La verdad es que siempre que he dejado hacer libremente  a la vida ésta nunca ha dejado de sorprenderme. Y gratamente. Sin embargo otras veces intentamos manipular los momentos, crearlos si es preciso, para que se adecuen a la idea "perfecta" que teníamos.

Y entonces terminamos en una especie de bucle alimentado por el sufrimiento y la decepción disfrazada de tristeza.  Sin darnos cuenta de que nuestra base parte,  inconscientemente, de realizar actos donde esperamos una recompensa. Seguro que pensarás que si tienes un detalle con tu pareja lo normal es que tu pareja lo tenga contigo. Pues no, no es normal, es lo que hemos aprendido. Claro que nos gustan los detalles o que nos digan "te quiero", pero nadie tiene la obligación de tenerlos ni de decirlo. Ni siquiera tú.

Son nuestras expectativas las que realmente nos limitan. Y delimitan. Sobre todo en pareja. Nos hacemos una idea de cómo nos gustaría que fuera o de cómo tiene que ser y dejamos de ver la realidad, sólo porque no cumple lo que esperamos. Entonces nos engañamos pensando en que ya cambiará, ya mejorará, ya será... y en cada uno de estos momentos se instala un poco más de tristeza y decepción. Si fuéramos honestos quizá nos atreveríamos a ver sin miedo, sin juicio, que nuestra expectativa se basaba en pequeñas mentiras alimentadas por nuestros miedos. A veces nos daríamos cuenta que amamos con la esperanza de que ese amor venga de vuelta. Nos daríamos cuenta de que acompañamos para no ver la soledad que nos alberga. Sin ver, sin pensar que si realmente nos diéramos cuenta estaríamos llenos de nosotros mismos, de vida, de ilusión. Porque nosotros somos los dueños de nuestra vida, podemos elegir, podemos marchar, volver,  hacer o deshacer ¿Qué hay mejor que eso? No hay expectativa o deseo que te llene si no te llenas tú mismo.

¿Y cuándo ayudamos a los demás? Por supuesto que nos gusta escuchar, ayudar, regalar, cuidar y todo aquello que hacemos para ayudar al prójimo. El problema radica cuando esperamos ser correspondidos de alguna forma. Y nos engañamos diciendo cosas como "si yo no esperaba nada, sólo las gracias ¡qué menos!" No nos engañemos, cuando decimos esto también estamos esperando algo, un gracias, un detalle o que la persona se comporte de forma diferente hacia nosotros. Sea lo que sea, esperamos.

Así que bajo esta premisa quizá podríamos pensar cuál es el verdadero motivo de nuestras acciones. Si lo pensamos con honestidad, sin juzgarnos, seguramente nos demos cuenta que esperamos reconocimiento. Esperamos existir, destacar en la vida de alguien. En realidad muchas veces ayudamos por ayudarnos, por el hecho de sentirnos bien con nosotros mismos, por conseguir la palmada en la espalda, porque alguien nos diga que somos buenos, especiales, de gran corazón, porque, en definitiva, andamos inseguros y necesitamos el apoyo de otros para continuar. Olvidamos que nosotros somos los protagonistas y que es nuestra responsabilidad, pero también nuestro regalo, el poder tomar y llevar las riendas de nuestra propia vida.  Y que nuestro valor lo conocemos nosotros y en nosotros está el valorarlo.

Así que si das hazlo sin esperar. Si cuidas o escuchas, hazlo de corazón. El agradecimiento te lo traerá la vida y, el dar sin pedir nada más, te traerá el mejor de los regalos: la paz y serenidad de tu espiritu. Y recuerda que no puedes dar lo que no tienes. No te esfuerces por quedar bien. Si no tienes fuerzas para levantarte, no levantes. Si no puedes escucharte, no escuches. Si no puedes abrazarte, no abraces. Porque cuando estamos bendecidos por la serenidad, por la felicidad, tu energía contagia a los demás y, sin darte cuenta, estás ayudándoles.  Actúa cuando salga natural, cuando fluya sin esfuerzo. Porque si quieres dar has de empezar por tí mismo.

La próxima vez que notes el pinchazo de la decepción en tu corazón, pregúntate qué estabas esperando en realidad y después abrazáte. Abrázate con intensidad, como si fueras tu mejor amigo, porque en realidad así es. Abrázate. Hay una parte de tí que sólo quiere existir y para ello necesita tu cariño.

Fuente: http://blog.masajemetamorfico.com/
*Terapeuta en Técnica Metamórfica, Reiki, Hipnosis. Terapias manuales. Diplomada por la A.E.D.H.E. y por la Federación Española de Gimnasia.
mayo de 2012
Rev. Dig. UNIVERSO Nueva Era

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